lunes, 21 de octubre de 2013

En el escenario

Buscó infructuosamente entre los asistentes alguna mirada que no estuviese cargada de desdén. Ahora sabía lo que era estar sobre un proscenio atrayendo la atención de un público, aunque se imaginó que distaba demasiado de la sensación que tienen los artistas al estar sobre un escenario. Sin embargo logró distinguir en sus ojos más miedo del que él sentía. Miró hacia el frente y trató de no temblar. Empuñó con fuerza sus manos esposadas a la espalda y tragó saliva. En ese momento, un hombre que distaba mucho de presentador comenzó a recitar algo que no quiso escuchar, algo que lo llenaba de ira y de pena. Aquél era el espectáculo más triste al que había asistido y él era el protagonista. Miró una vez más a la concurrencia. Trajeados, bien vestidos y peinados. Podía oler su miseria camuflada con perfume desde su pequeña tarima. Recordó como estaba vestido ya que estaba demasiado tenso para bajar la vista. El único raído y lustroso traje que tenía y le acompañaba a cada lugar que no fuera la fábrica. Se le apretó la garganta cuando supo que aquél hombre había terminado con su obscena letanía y entendió que pronto se bajaría el telón y el show se daría por terminado. Sintió unas manos que le asían firmemente por los hombros y lo conducían hacia una zona especialmente demarcada en el piso, donde sus pasos retumbaron más que sobre el resto de la superficie. Escrutó entre los uniformes, maletines, cabellos bien peinados y engominados, rostros de hombres y mujeres que jamás conocieron el trabajo y su corazón latió con más fuerza. El miedo se disipó y saboreó el odio haciéndole esbozar una leve sonrisa. Se le acercó un anciano vestido de negro con un libro entre las manos y le miró a los ojos con lástima. Recitó unas palabras cargadas de falsa compasión y le preguntó si se arrepentía. Su grito resonó en toda la sala. Oyó murmullos y lo encandiló el flash de una cámara fotográfica. En ese momento se bajó el telón. No era de terciopelo rojo terminado en cenefas de finos cordones dorados. Sintió descender rápida y fugazmente una bolsa de lona sobre su cabeza. La cuerda se apretó tras su cuello y respiró hondo. Cada segundo fue como un golpe. Sintió que se desvanecía mientras miles de preguntas asediaban su mente. Dejó escapar una lágrima ahora que sus verdugos no podían ver su rostro y respiró por última vez. Un fuerte chasquido rompió con el tenso silencio de la sala. La cuerda se tensó y crujió la viga que le sostenía. Lo último que logró escuchar fueron un par de voces de espanto y un aullido apagado de una mujer, más su mente le hizo recordar las voces de sus compañeros y compañeras, pudo sentir sus corazones encendidos por el fuego de la venganza y la esperanza. Cayó al fin su pensamiento con el último latido de su corazón, más no sintió como si una vela se apagase o una flor roja y negra se marchitase, sino que el retumbar de éste dentro de su pecho resonó hasta el más recóndito lugar de la consciencia de los asistentes, quienes sin percatarse grabaron a fuego en sus mermadas voluntades las últimas palabras de aquél hombre a quien acababan de quitarle la vida. -¡Muerte al estado y que viva la anarquía!-

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