¿Cómo dejar de ser? ¿Cómo dejar de darle nombre a las cosas? Angustiado, Bressac pensó en un montón de cosas por hacer para dejar de pensar, para dejarse llevar solamente por las sensaciones y dejar de lado el solipsismo. Pensó en drogarse y beber alcohol hasta caer desmayado, pero descubrió que sería sólo pasajero, que luego de una terrible resaca los pensamientos volverían a aflorar en su mente. Pensó en cortarse la lengua, pero seguiría pensando en palabras.
-¿Cuanto hemos de sacrificar para poder gozar de la nada? - Se preguntó.- ¿Cómo hacer arder cada uno de los símbolos de este mundo, incuestionable poesía en potencia?-.
Ralló en la locura luego de descubrir que la meditación sólo era un medio para escuchar la voz más interna de su consciente.
Quemó sus libros, rompió los afiches que decoraban su habitación e incluso pintó las paredes de blanco, esto en vano, pues descubrió que el blanco, como representación de la luz seguía hablándole de la pureza, de la nieve y aún más, de la demencia. Rompió el papel tapiz de los muros y quedó desnudo el gris del hormigón.
Cansado y desesperado por dejar de amar, pensar, anhelar, proyectarse y peor aún, hacerse consciente del paso del tiempo en él, pasó horas ovillado en su habitación buscando alguna forma de dejar su mente en blanco. Se ahogó dentro de su casa e hizo lo mismo tendido en el césped.
Cuando ya agotó cualquier posibilidad y en su búsqueda, su deterioro mental y físico se hicieron evidentes, se sentó en un sillón. Se dio cuenta que aquél mueble no estaba dispuesto en su casa de manera aleatoria, sino que ocupaba un sitio privilegiado frente a un gran televisor. Tomó el largo y pesado control remoto y la encendió.
Una avalancha de imágenes, sonidos y sensaciones le sumieron en un estado letárgico desconocido. Vio mujeres hermosas y se masturbó, vio películas románticas y lloró, vio cómo señores trajeados le contaban las peores noticias y penurias del mundo y se conmovió, pero lo mejor de todo, dejó a la deriva su mente. Dejó que divagase ante la extravagancia de la alta definición, dejó que los setecientos canales disponibles respondieran cada una de sus preguntas, y adormilado en la más hermosa de las ilusiones olvidó el amargo sabor de la incertidumbre.
Lloró de alegría al ver cumplido su objetivo: dejar de ser humano.
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