jueves, 28 de julio de 2011

El juego

Fe de erratas: Tienen nombre... y que?

I

Mientras esquivaba a la gente por el paseo Ahumada, iba cambiando de a poco las canciones en su reproductor, notando que nada le satisfacía, por lo que optó por apagarlo y preocuparse de no golpear a nadie.
Cuando llegó al semáforo esperando la luz verde, notó un ligero estremecimiento, un escalofrío que contrastó con el calor sofocante del centro de santiago en una tarde de verano, pero sin darle mayor importancia siguió caminando entre el mar de gente.
Entró en una tienda, para conseguir lo último que necesitaba antes  de irse a su casa a descansar, normalmente le resultaba bastante desagradable ir de compras, pero esta vez fue casi un castigo para ella sortear con la variedad de olores entre basura, perfumes falsificados que ofrecían en las calles y el hostigante olor del maní confitado que se agudizaba debido al intenso calor que golpeaba la ciudad. Compró lo que le faltaba y salió de la tienda, su departamento no quedaba muy lejos por lo que podía irse caminando, evitándose así el aún más desagradable trámite de tomar micro.
Caminó por un parque bastante desolado y oscuro a esas horas de la tarde en que el sol descendía formando formas rosadas, naranjas, moradas e índigo en el cielo, absorta en cuentas y dramas mentales sin percatarse de una raíz que sobresalía del piso, haciéndola caer de bruces sobre el pasto.
-          ¿Estás bien? Te caíste súper feo, a ver, muéstrame las manos- Le preguntó una voz que no logró asimilar de inmediato producto de la conmoción. Era un joven bajo y extremadamente pálido que le tendió una mano, parándola con facilidad.
-          ¿De donde saliste?- respondió extrañada al creerse completamente sola caminando por aquel parque. –O sea, perdón, gracias, sí, estoy bien.- le dijo al joven avergonzada de su comportamiento poco educado.
-          No te preocupes, ¿necesitas ayuda?- se ofreció el desconocido notando la infinidad de bolsas que llevaba.
-          No muchas gracias, vivo un poco más allá- respondió rauda tomando sus bolsas y emprendiendo más la huída que siguiendo su propio camino. -¡Espera! Una cosa más.- le dijo el extraño -¿Cómo te llamas?- le preguntó sosteniéndola del brazo suavemente y haciéndola girar –Valeria- Respondió secamente, se dio la media vuelta y siguió caminando

II

Entró en su casa dejando las bolsas sobre la pequeña mesa de la cocina y comenzó a guardar las cosas en las despensas y en el refrigerador. Vivía sola en un departamento bastante céntrico, en un barrio tranquilo y seguro, lo que le ayudaba a estudiar sin distracciones, pero al encontrarse de vacaciones extrañaba el ajetreo y las fiestas de la universidad, pero confiaba en que aquel tiempo la ayudaría a descansar.
Se dirigió a la sala de estar, encendió la radio y se puso a cantar a todo pulmón mientras cocinaba la cena, sabía que sus vecinos estaban fuera de Santiago, podía hacer todo el ruido que quisiera sin ser escuchada.
Mientras ponía la mesa creyó oír un suspiro en su nuca y se dio vuelta sobresaltada con la respiración acelerada sin descubrir a nadie se estremeció y abandono rápidamente el comedor.
Su celular vibró en su bolsillo haciéndola gritar y contestó ruborizada por su propia estupidez al tiempo que caminaba a bajar el volumen de la radio.
-Ah! Eres tu ¿Dónde vienes?- preguntó Valeria tratando de disimular el sobresalto – Estoy en la puerta, bájale el volumen a la radio ¿Cómo quieres escuchar el timbre así?- le contestó la voz de la amiga que estaba esperando. – Discúlpame, al tiro te abro- respondió entre risas.
Corrió hacia la puerta, dejando entrar a su amiga y se abalanzó sobre ella abrazándola muy fuerte.
-Tanto tiempo sin verte, pasa ¿tienes hambre?-

Así transcurrió la noche hasta que ambas se encontraron mirando televisión en la cama, recordando viejos tiempos. Valeria y Carla habían sido compañeras de colegio desde pequeñas y se conocían como si fuesen hermanas, compartiendo incluso sus vacaciones familiares.
-¿Sabes que? Me gusta tu departamento ¿Pero no te sientes muy sola?- Preguntó Carla mirándola de reojo con un dejo de preocupación. – Creo que ya me acostumbré, aparte, siempre vienen compañeras de la U a estudiar acá, pero es inevitable a veces extrañar la compañía de alguien- Contestó la anfitriona con la mirada perdida en la ventana de su pieza. En aquel momento sonó el timbre y Valeria se paró y abandonó la habitación.
III

Caminó por el pasillo central encendiendo las luces a su paso y miró por el ojo de la puerta, pero estaba completamente congelado, al igual que la manilla, por lo que le costó mucho hacerlo girar para descubrir que no había nadie al otro lado. Examinó la puerta por fuera pero no encontró nada, solo un frío sepulcral que entumeció de inmediato sus manos y su nariz, comenzando a salir vao por ella.
Cerró con fuerza y corrió a su habitación, pero su amiga estaba en el baño.
-Será mejor que salgas rápido porque me acaba de pasar algo muy raro- Le aconsejó Valeria a su amiga, pero no obtuvo nada por respuesta. Se sentó en la cama haciendo como que veía la televisión, pero en realidad su mente estaba en los extraños sucesos de solo unos segundos atrás. Comenzaron a pasar los minutos, por lo que la preocupación se apoderó de ella y decidida, entró a cerciorase de que su amiga se encontrara bien.
Al dar un paso dentro del baño se percató de que la luz estaba apagada y que el piso estaba resbaloso, y encendiendo la luz se llevó la mano a la boca y reprimió un grito para caer conmocionada en el piso rociado por sangre.

Carla estaba sentada sobre el lavamanos con la polera completamente rota por el pecho y la cabeza inclinada para atrás, dejando expuesto el cuello que estaba seccionado brutalmente, con la traquea colgando y la sangre saliendo a borbotones. Aún estaba viva pero evidentemente le era imposible respirar, Valeria se paró y abandonó el baño corriendo y tomó el teléfono, pero el cable estaba cortado.

IV

Se encerró en la cocina y cerró la puerta y la pequeña ventana que había en la logia colindante, se armó de un cuchillo y trató llamando desde su celular.
Distinto de todo era el miedo que en ese momento podía incluso respirar Valeria, era superior a cualquier angustia experimentada con anterioridad. Tenía las manos y la cara empapadas de sangre, la cual escurría por sus mejillas y cuello producto de las lágrimas que brotaban de sus ojos. Se sentía acorralada y desesperada notaba como se ahogaba en sus propios sollozos, por lo que se empezó a marear y vomitó, para luego caer desmayada al suelo.
No supo cuanto tiempo había pasado, se despertó sobre un charco de bilis mezclada con sangre, con un cuchillo en la mano y su celular a unos pocos metros completamente destruido, como si una mano muy poderosa lo hubiera aplastado como quien aplasta una lata de bebida. Se levantó apoyándose en los muebles que tenía a su alcance, y aún con la vista nublada, pudo leer en la pared un mensaje escrito con sangre que decía “Vámos! Juguemos un rato!”.
Vaciló un momento con el pomo de la puerta entre las manos y abrió con el cuchillo preparado para asestar una puñalada a quien se atreviese a dañarla, pero las luces del departamento estaban completamente apagadas y la luna entraba a medias por entre las cortinas. Caminó un par de pasos pegada a la pared dirigiéndose a la puerta de calle, tratando de no hacer ni el más mínimo ruido y tratando de contener los sollozos que se amontonaban en su garganta, pero una risa resonó como un trueno en la habitación, haciendo que se detuviera en seco. 
-Jajaja! Memento homo quia pulvis es et in pulverem revertis”. Recuerda hombre que polvo eres y en polvo te convertirás ¿Cómo puedes temerle a la muerte si es lo único a lo que te puedes aferrar con certeza?- Preguntó una voz grave, temible y muy antigua, como el viento que sopla en los grandes cañones de piedra.-Pero al parecer no te hace gracia mi humor sádico. Permíteme presentarme, soy muerte, lujuria, pero quizá ahora me guste mucho más llamarme Carla ¿no lo crees así?- Al pronunciar estas últimas palabras, se encendieron todas las luces con un feroz chispazo y Valeria descubrió quien era el que le hablaba.    






V

Sentado sobre la mesa del comedor estaba el joven que la había ayudado solo un par de horas antes, pero se veía diferente. Sus ojos se hundían en una cara musculosa y unos enormes colmillos destellaban, con una expresión parecida a la de una bestia gruñendo.
Observaba distraídamente a Valeria mientras se lamía la sangre de las manos, mientras la joven procuraba mantenerse controlada.
-Me da risa como ustedes los humanos nos ven a nosotros los vampiros. Pero al fin y al cabo somos parecidos, solo que no tenemos nada que perder.- Bromeó el asesino saltando de la mesa ágilmente. Se acercó y empezó a olfatearla, hurgando por su cuello y su nuca. – Lo único que no me gusta de hacer esto es que la comida está tan cagada de miedo que no puede compartir mi buen humor, pero no importa… No dejaré que pequeñeces arruinen nuestra romántica velada.- Rió observando como la expresión de terror y desesperación de su presa se tornaba en odio e impotencia.
Valeria aún conservaba el cuchillo, el cual había podido esconder justo a tiempo en su pantalón, pero estaba completamente paralizada por el miedo, aun que cada palabra la enfurecía más y más, pensando en como esa criatura monstruosa se burlaba de ella. En un momento, decidió no entregar su vida tan fácilmente.
El vampiro comenzó a recorrer la habitación en busca de dinero y cosas de valor para robar, mientras lanzaba preguntas sin respuestas, Valeria guardaba silencio, pero ya no por el miedo sino por que estaba planeando una estrategia para librarse de el.

VI

Las horas comenzaron a correr, veía como la luna y las estrellas avanzaban en el firmamento, presas eternas de la danza cósmica, pero ella se encontraba prisionera de un destino que probablemente la llevaría a un horrible final, lleno de sufrimiento y soledad, descuartizada y desangrada en algún rincón de su silencioso departamento. Esto se lo hacía saber a cada minuto su anfitrión, como se había autodenominado con ironía, pero las ideas de deshacerse de el había desaparecido de la mente de Valeria por el cansancio y la constante presión psicológica que ejercía el monstruo con cada palabra que salía de su repugnante hocico.
En un minuto, la joven no pudo aguantar más y cedió, quedándose media dormida en un rincón donde la tenía acorralada mientras él continuaba con su morboso monólogo, tan ensimismado que no se percató que su presa se había quedado dormida.
En sueños, Valeria se encontraba sentada sobre su cama, completamente desnuda y muerta de frío, contemplando las paredes vacías e imponentes de su cuarto, cuando por debajo de la puerta, por las ventanas, por los cajones, comienzan a salir miles y miles de ratas. La habitación era cubierta por un hedor de alcantarillas, podredumbre y heces que aturdía a la joven, mientras observaba como cientos de ratas sucias y mojadas se abalanzaban sobre ella y le roían las orejas, los ojos, los dedos, los genitales, la nariz y el cuello. Podía sentir como el terror la enloquecía y la acompañaba junto al dolor, a la muerte más horrible que se pudiese concebir en su mente.
Despertó bañada de sudor en su cama, atada de pies y manos a cada esquina. Podía ver por las cortinas como entraban algunos rayos de sol. La puerta del baño que colindaba a su pieza estaba abierta, y el cadáver de su amiga estaba sentado sobre el inodoro colocado en la posición de “El pensador”. Pensó que para aquel bastardo aquella broma pudo resultar bastante jocosa, pero para ella resultó para menos repugnante, debido a que su amiga aún conservaba el rostro completamente desfigurado de dolor, pero una lívida palidez comenzaba a evidenciar junto con las moscas atraídas por el calor y el olor, los primeros rastros de la descomposición.
Trató de liberarse de las sogas pero le fue imposible y comenzó a examinar en busca de alguna herramienta que le ayudase a soltarse, pero descubrió que en el techo decía “El juego aún no ha acabado”.

domingo, 24 de julio de 2011

...gotas resbalando por las ventanas ...

Mientras la noche se cerraba sobre los techos de aquel pueblo enclavado en una bifurcación de la carretera, la niebla se desparramaba por entre las copas de los árboles de las cimas de las colinas cercanas.
El vapor que emanaba el agua se depositaba sobre el río color turquesa que producto de las lluvias, se había mezclado con el café característico de las aguas revueltas por el caudal.
Del suelo emanaba un dulce olor a tierra mojada, y de las canaletas de los techos caían las últimas gotas que denunciaban la lluvia recientemente amainada.
El pavimento de las pocas calles pavimentadas de aquel pueblo, reflejaba la tenue luz anaranjada de los focos que pobremente iluminaban los pasajes ensombrecidos por el crepúsculo y las nubes.
Todas las puertas de las casas estaban cerradas para proteger el interior del frío húmedo, con excepción de una. Bajo el dintel de la puerta se erguía una silueta oscurecida producto de la luz que la iluminaba por detrás.
De mediana estatura, la silueta apoyaba su hombro y su cabeza sobre uno de los laterales de la puerta y de tanto en tanto, acercaba nerviosamente un cigarro a la boca. Después de unos segundos, el humo era expulsado de su boca invisible confundiéndose y mezclándose con el vaho en una nube uniforme y blanca.
El punto anaranjado se acercaba cada vez más a la mano de aquella silueta hasta que en un momento dado, levantó su pié y ahogó la brasa del cigarrillo en la planta de su zapato. Se dio la media vuelta y abandonando el umbral de la puerta, la cerró provocando un sonido que, si bien, no produjo eco, quedó retumbando en la memoria de aquel lugar tan sombrío y gélido.

martes, 19 de julio de 2011

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Mientras el vaso con agua tiritaba en mis manos, la veía inmóvil en la camilla, repleta de tubos y con el incesante pitido que simulaba los latidos del corazón retumbándome en los tímpanos.
Me deprimía cada vez que la observaba e irremediablemente observaba su deterioro, su piel sin su color miel característico ni su sonrisa.
Extrañaba el calor de sus manos, sus uñas pintadas de varios colores y su pulgar acariciando el dorso de las mías. El conjunto de todos estos recuerdos me generaba una sensación indescriptible en el pecho, no podía sostener sus dedos inertes ni observar por mucho tiempo su débil palidez.
Las imágenes del pasado se agolpaban en mi retina como si de verdad estuviesen tratando de llevarme al borde de hacer algo estúpido, mientras todo se ampliaba, se aceleraba mi corazón y podía sentir la presión de mi sangre en oídos y ojos manifestada en un violento palpitar.
Me resistía a verla despojada de su vitalidad, de su energía y de sus ganas de vivir, pero más que nada me resistía a no poder sentir más sus labios contra los míos ni poder abrazarla después de muchos días de distancia.
De un momento a otro no me parecieron tan estúpidas ni descabelladas las ideas que antes me turbaban, y de a poco fui perdiendo la conciencia de mis actos, como ciego de ira e impotencia y de un segundo a otro el plan estaba hecho.
El vaso con agua el cual minutos antes (si es que no segundos)  cumplía la misión de tranquilizarme, se quebró contra una de las paredes blancas, recogí el pedazo que estimé de mayor tamaño, y sin vacilar ni un segundo, lo enterré en su garganta, sintiendo su cálida sangre chorrear por mis manos.
Con lágrimas en los ojos le pedí perdón, limpié mi mano en la sábana que la cubría y besé su frente al tiempo que presionaba el botón para llamar a la enfermera. Cogí su mano y me senté en la silla dispuesta al lado de su cama para las visitas.

La lluvia

Con cada paso que avanzaba, sus zapatillas sonaban producto del agua que llevaba dentro, estaba empapada de pies a cabeza y ya no sentía ninguno de sus dedos debido al frío. Llevaba varios días lloviendo en la ciudad, lo cual se veía interrumpido algunas veces al día para dar paso a una fuerte granizada. Indudablemente era uno de los peores temporales de los cuales se tuviera registro, pero ella caminaba con los pulgares enganchados en los tirantes de su mochila con paso firme y la cabeza gacha.
Para llegar a su destino, eligió la ruta más desolada para no tener contratiempos ni distracciones, tenía mucho en lo que pensar.
Su caminar era acompañado por el ruido de los gruesos goterones que caían con violencia en el pavimento y de vez en cuando por sus estornudos, que rompían la fría monotonía de aquella noche donde el bao que emanaba de su boca entreabierta lo seguía como un fantasma hasta que se disipaba.
De pronto, se detuvo y de un bolsillo de su mochila sacó una cajetilla de cigarros y un encendedor,  introdujo uno entre sus labios, lo prendió y se sentó en la cuneta sin importarle que estuviera mojada, la lluvia paró de súbito y sus lágrimas la reemplazaron.
Se recostó y miró el cielo negro sin estrellas y vio subir el humo de su cigarro por las alturas. Se entretuvo viendo como el vapor que salía de su boca y nariz jugueteaba con el humo pesado y franco de su cigarro, veía como se originaban figuras ancestrales, seres primigenios, animales, plantas, su familia, lo más claro y lo más oscuro que podía gestarse en su cansada y triste mente.
Así estuvo días, quizá semanas, observando como el frío, la nieve y la humedad se hacían parte de ella, contemplando inmóvil el inmenso cielo que bombardeaba la ciudad con su crudo invierno.

Aparentemente no, no hay nadie ahí...

Conocí una vez a una mujer que recortaba los ojos de los artistas de los afiches que pegaba en su habitación. En su momento la juzgué como loca, ella se justificaba diciendo que se sentía observada por las noches, que vigilaban sus sueños y que de vez en cuando discutían entre ellos en voz baja. 
Todo eso era un disparate, hasta que personas comenzaron a gestarse en mi cabeza. Surgieron historias, vidas, muertes, amor, odio y sobre todo, mucha sangre. ¿Como podría ser capaz de mirar a los ojos a una persona que yo mismo creé después de haberle cagado la vida con un final trágico o de haberla matado sin asco? 
No podría vivir cargando con el dolor de nadie, ni con el agradecimiento, ni menos, con la muerte de nadie. Pero... ¿a quien le importa Nadie? Es por eso que las personas que se ven involucradas en las historias que seguramente, más de alguna vez aquí aparecerán, no tienen nombre.  No son nadie, tampoco esperan cambiar su opinión o hacerle pasar un rato agradable (o todo lo contrario). Aquí nacieron, aquí murieron.