Me siento enfermo. Siento como mi cuerpo se deteriora y con él mi mente.
Me miento descaradamente y me digo que no lo volveré a hacer, quizás solo por tranquilizar mi psique anegada en alcohol y porro. La ahogo en un vaso mientras trata de decirme algo desesperadamente. La sujeto de los cabellos y hundo su rostro en vino barato hasta que sus movimientos para tratar de safarse se transforman en espasmos, para luego morir asfixiada.
Me miro al espejo y recuerdo de manera casi textual el desglose etimológico de la palabra adicción. Lo "no dicho". Vuelvo a mirarme en el espejo y veo un rostro desfigurado por el festejo incesante y sin sentido a la juventud sin sueños. Me miro y pienso ¿Qué será lo que no quiero decir?
Siempre he sostenido con altanería que no me arrodillo ante nadie y que jamás lo haría. No puede existir para mi un acto más bajo de sumisión y humillación que aquél. Ahora cierro los ojos y me arrodillo, completamente sumiso, como un puto esclavo de la peor calaña. Me arrodillo ante mis miedos, ante mis ojos llorosos y perdidos, ante el desprecio con el que me auto destruyo y ante mi boca cerrada. Me arrodillo para abrir mis labios y vomito.
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